Los sastres son artistas del corte y la confección que destacan por su discreción y confidencialidad. Y casi nunca revelan detalles personales ni secretos políticos de los que son testigo y a veces parte. Valen por lo que diseñan, pero también por lo que callan.
En Estados Unidos y otros países de Latinoamérica existe la tradición de que un mismo sastre vista a diferentes presidentes. Se trata del prestigio de un selecto listado de nombres cuyo trabajo es consustancial al devenir político de los personajes que han vestido.
A los 25 años ya tenía tres tiendas en su Portugal natal y cuando emigró a Venezuela en 1958, empezó en una de las mejores sastrerías de la capital, la de Miguel Morreo, y ya luego se instaló por su cuenta. Salvo los presidentes Rafael Caldera y Luis Herrera Campins, el resto de mandatarios se han engalanado con sus prendas, como Jaime Lusinchi. Hugo Chávez también se vistió con algún Clement, pero fue pública y notoria su preferencia por modistos internacionales.
El 24 de junio de 1960, durante la celebración del aniversario de la Batalla de Carabobo ocurrió un intento de asesinato dirigido a Rómulo Betancourt, la bomba destruyó el coche presidencial, mató al jefe de la Casa Militar e hirió gravemente al ministro de la Defensa. Betancourt tuvo importantes quemaduras en ambas manos y los rumores sobre su fallecimiento no se hicieron esperar. Necesitaba aparecer ante el país con su imagen de jefe de Estado intacta, pero las vendas eran tan aparatosas que le impedían ponerse camisa y chaqueta.
Clement fue llamado al Palacio de Miraflores y en menos de 24 horas diseñó una americana por piezas para armarla sobre el cuerpo del presidente. Las mangas estaban abiertas por debajo del brazo y una vez puestas se unían con cierres imperceptibles en la televisión. La camisa también se confeccionó para que no le incomodara mientras hacía la alocución. Gracias a Betancourt también realizó dos trajes para John F. Kennedy con motivo de su visita a Caracas en 1961. Clement aseguró que Betancourt fue el cliente que más: “Siempre reconoció mi trabajo e hicimos una bonita amistad que se consolidó en el trágico momento del que fue objeto”.
A Carlos Andrés Pérez le diseñó sus famosas chaquetas a cuadros con las que hizo la campaña electoral de 1973. Formaron parte de un cambio radical de imagen para romper con los trajes negros y cabello engominado de su etapa de ministro de Relaciones Interiores. Sus asesores publicitarios le transformaron su estampa física, cabello revuelto, camisas de color y chaquetas a cuadros le daban un aire desenfadado y juvenil. Sin duda, aquella campaña de gestos y no hubiera tenido tanto éxito sin la rejuvenecida y fresca apariencia del carismático candidato.